Aunque se considere pretencioso que yo defina aquello en lo que muchos han discrepado, intentaré hacer una aproximación medianamente válida. Como método he tomado de distintas fuentes los principios definitorios que más me han convencido y los he contrastado para elaborar una síntesis de lo que es verdadera filosofía, sin olvidar que las definiciones pueden llevarnos a terrenos excluyentes y reduccionistas. Para emplear el procedimiento oriental, explicaré primero lo que no es filosofía.
No es meramente una actividad de formación, aunque evidentemente contribuya a ésta. A esto J. Pieper lo denomina pseudofilosofía1. Un ejemplo contundente es la denominada «filosofía» de Confucio, que provee de excelentes consejos prácticos para la vida en sociedad, pero que no explica en absoluto ni el universo ni su sentido.
No es un sinónimo de ciencia, como la consideraron los ilustrados o, más tarde, H. Bergson, que la definía como el estudio de la realidad concreta y no del sujeto. Ya Aristóteles había hablado de la Física como de una especie de Filosofía, pero no como la Filosofía primera2. Descartes precisó que la filosofía es como un árbol3: la metafísica es la raíz, la física es el tronco y las ramas, las demás ciencias. Esto indica que las ciencias exactas no se sostienen sin una base trascendente. Filosofar, como indica E. Renan4, es conocer el universo, pero éste se compone de dos mundos: el físico y el moral.
No puede ser una actividad medida por su utilidad. Filosofar es la forma más pura de la especulación. Es un saber libre y, como tal debe estar desvinculado de lo útil y trascender el mundo del trabajo al que alude Pieper. Una cosa que sirve es una cosa que sirve para otra, afirma Ortega5. Y, en esa línea, añade B. Russell: «La filosofía debe ser estudiada no por el valor que tendrían algunas respuestas precisas a las preguntas que plantee [utilitarismo], sino más bien por el valor de esas mismas preguntas6.
La definición clásica de «Ciencia de la totalidad de las cosas por sus causas últimas, adquirida a la luz de la razón» es suficientemente satisfactoria, aunque precisa de algunas puntualizaciones:
1.- Es particular del hombre, que es el único animal que piensa. Además, el hombre, por naturaleza, tiene afán de saber, según Aristóteles7.
2.- El afán de saber surge del asombro, como indica K. Jaspers8. La admiración ante el cosmos, la duda y la contemplación de sus elementos trágicos, provoca el pensamiento.
3.- Emplea la razón como instrumento. Pero no debe considerar el uso de razón como un fin en sí mismo, ni parangonar razón con filosofía, error en el que caen muchos (Fenelon, d’Alembert). La razón es únicamente una herramienta para llegar a la verdad.
4.- Es una actividad virtuosa. La filosofía precisa del amor y de la virtud. No se busca lo que no se desea poseer, lo que no se ama. El verdadero tomista es que conoce porque ama, afirma É. Gilson9.
5.- Está asociada a la templanza. Emplear bien el propio intelecto es un acto de virtud (Gilson), pero no se debe buscar el saber indiscriminadamente, sino siguiendo las pautas que configuran la «estudiosidad».
6.- No es una actividad externa, sino una actitud vital. Ésta es la «idea madre» orteguiana. Nuestra naturaleza está en función de la vida. La epistemología es secundaria al hecho de existir, lo que realza la importancia de la metafísica. La filosofía no sólo intenta explicar nuestra vida, sino que aspira a hacerla, a modelarla. Ésta es la noción del homo viator, del continuo quehacer. Dice B. Gracián: «El saber las cosas y no obrallas no es ser filósofo, sino gramático»10. El filósofo debe ser un buscador de sabiduría (Gilson), inquieto, rebelde, amigo de la lectura y enemigo de la soberbia.
7.- Está vinculada directamente con lo trascendente. De ahí la importancia suprema de la metafísica, a la que Santo Tomás define como la forma más perfecta de sabiduría alcanzable por el hombre. Por esta misma trascendencia, la filosofía entronca con el hecho religioso y la creación artística (Pieper).
8.- Es una actividad de origen espiritual. Toda filosofía es una iniciación a la vida del espíritu. Como indica J. Lacroix: «Filosofar es universalizar una experiencia espiritual, traduciéndola a términos intelectuales válidos para todos»11.
9.- Su finalidad es también espiritual. La filosofía tiene por objeto la búsqueda de la verdad última y el conocimiento del hombre, y por hombre —dice Platón— ha de entenderse específicamente el alma12. El hombre es un ente racional cuyo supremo objetivo existencial es perfeccionar su naturaleza racional para la contemplación de la verdad absoluta.