El poeta Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916), más conocido como Rubén Darío, ha sido sin duda el nicaragüense más universal. Se le considera el máximo exponente del movimiento modernista, cuyo inicio se establece en 1888 con la publicación de su libro Azul.
Su poesía nunca le proporcionó ganancias suficientes para vivir. Por ello recurrió a sus contactos para asegurarse empleos públicos. En 1883 y gracias a su amistad con el presidente de Colombia, le nombraron cónsul honorífico de dicho país en Buenos Aires. Como el sueldo tampoco le bastaba, se dedicó a escribir artículos para diversos periódicos.
Cuando su amigo dejó el poder y le substituyeron, quiso representar a Nicaragua, pero su gobierno no le nombró cónsul hasta 1903. Entre 1905 y 1909 estuvo en España, pero no tenía presupuesto suficiente para los gastos de su legación, por lo que mantuvo el consulado con lo que ganaba como articulista. Al cambiar el gobierno de Nicaragua, tuvo que abandonar Madrid.
En 1910 viajó a México como miembro de una delegación, pero mientras se hallaba de viaje, cambió de nuevo su gobierno. Porfirio Díaz, el dictador mexicano, siguiendo las directrices que le daban desde los EE.UU., se negó a recibirle, por lo que allí finalizó la carrera diplomática de nuestro hombre.
Fiel a la imagen de artista decadente, Darío llevó una vida de desenfreno y tuvo problemas con el alcohol, por lo que fue hospitalizado en varias ocasiones. Valle-Inclán, en Luces de bohemia, nos lo presenta filosofando ante una copa de licor.