La obra Robinson Crusoe, escrita en 1719, se considera una de las primeras novelas inglesas. Su autor, Daniel Defoe (1660-1731), ambientó las aventuras del más famoso náufrago de la literatura en una isla desconocida, ubicada en el Océano Atlántico, en algún lugar próximo a las bocas del río Orinoco, junto a la costa de Venezuela.
Sin embargo, su historia estaba inspirada en un hecho real: el naufragio del marino escocés Alexander Selkirk en el archipiélago de Juan Fernández (su descubridor), en el Océano Pacífico, a 670 kilómetros de la costa de Chile. Este archipiélago, perteneciente a la provincia de Valparaíso y de unos 140 kilómetros cuadrados de superficie, consta de tres islas, una de las cuales se bautizó como isla de Robinson Crusoe en honor al personaje literario. Durante los siglos XVII y XVIII fueron refugio de piratas. Durante las luchas para independizarse de la Corona de España sirvieron como prisión. En la actualidad estas islas están habitadas por descendientes de colonos españoles que se dedican principalmente a la pesca de la langosta.
La isla de Defoe no refleja la realidad de la fauna ni de la población de las islas cercanas. Se nos mencionan tribus de negros salvajes, inexistentes en la zona y un régimen de lluvias y tormentas más creíbles en los mares del sur.
Pese a su fama, esta novela es una obra apresurada y escrita con poco cuidado. Robinson se desnuda totalmente, llega nadando hasta el barco encallado y, una vez allí, se llena los bolsillos con diversos objetos que le pueden ser útiles.