Roberto Vivero: Crítica del barrio chino, Ápeiron, Madrid, 2016. (Reseña)
Señores, les hablo de este libro porque es excelente, lo cual no deja de ser una sorpresa agradable, pero inesperada, en una época en la que se publican tantos y tantos bodrios que gustan, al parecer, a tantas y tantas gentes. Reconozco mis prejuicios y confieso que prefiero releer por enésima vez a mis clásicos que perder miserablemente el tiempo con el «libro del año» que los magos del «marketing» nos meten por las narices, pero esto es una idiosincrasia mía. Sé que la mayoría de las personas optan por poner los ojos en blanco ante cosas como El viento de la sombra, Nieve en las palmeras (o libros parecidos) antes que saber quiénes eran los hermanos Karamasov que nos describe Dostoyevski o qué ilusiones fueron las que perdió Balzac. Bien: allá ellos. Yo, en cuanto a los best-sellers y demás éxitos editoriales prefabricados creo que libros geniales se escriben muy pocos y que la posibilidad de que alguien haya escrito uno ayer y nosotros lo estemos leyendo hoy es muy remota. Por eso suelo desconfiar de las novedades y de los grandes «descubrimientos».
Pero por eso precisamente le concedo mucho más mérito a un autor cuando demuestra —como en el caso presente— dotes de magnífico prosista. Eso es Roberto Vivero, de quien lamentablemente no había leído nada antes, con lo que he salido perdiendo. Por otra parte, es un fallo fácil de subsanar, pues ahora buscaré su obra —tiene poemarios, novelas, artículos y traducciones— y me deleitaré con ella.
Vivero escribe de forma culta, inteligente, penetrante y hábil. Tiene en gran medida la «calidad de página» de la que habló Julián Marías. Te transmite un montón de ideas y sensaciones y consigue que te interese lo que no te interesaba antes, lo que es la suprema cualidad de un escritor. Su discurso tiene, sobre todo, lucidez y profundidad. No escribe para tontos, con lo cual los tontos deben abstenerse de leer el libro (con esto se pierde, me temo, una gran cuota de mercado). Pero los no tontos sí deben leerlo, porque encontrarán una mezcla moderna (en el buen sentido) de la elegancia estilística de un Gabriel Miró y el dominio expresivo de un Ortega y Gasset. Amplísimo vocabulario bien encajado, sutileza en la expresión, buen gusto y, sobre todo, variedad estructural. Y ya saben que Gracián —que sabía algo de esto de escribir— afirmó taxativamente que la variedad era la cualidad suprema del arte de pergeñar libros.
Crítica del barrio chino nos habla de París, lo cual está muy bien para todos aquellos a los que les interese el Pequeño París y las logradas descripciones de sus ambientes, sus tipos y las sensaciones que se evocan. Pero el libro va más allá y podría muy bien habernos hablado de cualquier otro sitio o cualquier otra cosa. París es el pretexto para que Vivero exponga ante nosotros su forma de ver el mundo. El descriptor es aquí más importante que lo descrito. Cuando contemplamos las cien tomas de las que consta este documental escrito —pues cien son los capítulos que lo integran— no pensamos tanto en la ciudad sino en la persona que la contempla y asistimos a sus pensamientos y compartimos sus sensaciones y nos parece que estamos dentro del la piel del autor y que él, amablemente, nos ha llevado de paseo para que veamos y sintamos lo que él ve y siente. Y, al mismo tiempo, consigue un distanciamiento reflexivo, que le impide caer en el mero costumbrismo, y que le lleva a mantenerse en espectador crítico y comentarista agudo del mundo.
Lo publica Ápeiron, una editorial que se centra principalmente en obras filosóficas de calidad y plenas de contenido, precisamente como esta que nos ocupa. Remedando a Salinger, diré que Crítica del barrio chino es uno de esos libros estupendos que, tras leerlos, te entran ganas de llamar al autor por teléfono.