La película Lo que el viento se llevó (1939) habla de un mundo que declina: el Sur esclavista y, a la vez, caballeresco, destruido por una guerra civil. Tara, la mansión en la plantación de la familia O’Hara, es buen símbolo de ello. Ve épocas de esplendor con riqueza, alegría, bailes e invitados. Mil prósperos acres de campos de algodón, trabajados por más de cien esclavos negros. Y después, los horrores de la contienda, la devastación, la ruina y su transformación en un terreno baldío, lo que lleva a sus moradores a preguntarse: «¿Sigue en pie Tara? ¿O se ha ido con el viento de muerte que ha atravesado Georgia?»
Esta ficticia mansión está situada en Jonesboro, cerca de Atlanta. Su nombre, ‘Tara’, proviene del gaélico ‘Teamhair na Ri’, «la colina de los reyes», pues la colina de Tara fue el centro político y espiritual de la Irlanda celta. Es una elegante mansión, con muchas habitaciones, un gran salón de baile, una majestuosa escalinata y un inmenso jardín lleno de magnolias. Representa lo que era el Sur americano de aquellos años: una tierra orgullosa, de esplendorosa belleza, de estilo entre inglés y francés.
Tanto ha cautivado esta mansión la imaginación popular que son miles los que a diario visitan el Museo de Tara, que recrea el encanto nostálgico de la película.
Sosteniendo en la mano un puñado de la tierra roja de Tara, Escarlata O’Hara pronunció una de las frases míticas de la historia del cine: «Pongo a Dios por testigo de que no volveré a pasar hambre.»