Algunos ya le conocéis. No os voy a aburrir con su trayectoria profesional por más impresionante que sea. Tampoco voy a enlazar su blog (su logo es la cabecera de esta entrada) Hoy quiero enlazaros a sus libros. A uno en concreto.
Ha escrito una montonera, más de veinte. Sabe más literatura que nadie a quien yo conozca, pero lo que le hace especial no es eso, lo que lo desmarca del resto es su espíritu transgresor. ¡Vaya! que es el erudito más pasado de rosca que conozco. No me mal interpretéis. Es un tipo tan normal y ordenado en su vida como cualquiera -a decir verdad, no tengo ni idea si lo es- lo que quiero decir es que no es serio. Tampoco quiero decir eso. Quiero decir que no es de esos sabios solemnes que despliega su saber en soporíferos tomos enciclopédicos, aunque haya hecho diccionarios. No da el turre con clases magistrales de su sapiencia para obnubilar a la concurrencia. No, en absoluto.
Veréis, en su último libro por ejemplo, usa el estilo de aquella increíble revista de humor gráfico La Codorniz. Su misma ironía y desacralización pero sobre literatura. Hecho por un oportunista hasta podría doler, por alguien que dedica su vida a la literatura me parece hasta valiente. Cuenta el argumento sintetizado de algunas de las obras más famosas de la literatura universal –La Ilíada, Fuenteovejuna, Don Juan Tenorio, Cyrano de Bergerac o Hamlet entre otras- como él dice, solo por aquello de que ya se sabe que si no posees cultura literaria, no te toman en cuenta e incluso en algunos círculos snobs, ni ligas. Hace de detective y nos descubre por ejemplo que Bécquer copió algunas de sus más celebradas rimas de la obra de un tal Cayus Marcus Hyginus, ciudadano de la antigua Roma; que la primera composición teatral en castellano no es el Auto de los Reyes Magos, sino Los fueros de Jaca, del mismísimo copista del Poema de Mío Cid, Per Abbat. Con un doble salto mortal da la vuelta a argumentos archiconocidos como el de La Metamorfosis, Romeo y Julieta o La vida es sueño. Escribe en latín macarrónico, en spanglish y en verso del siglo XV remasterizado. Incluso en modo Cortázar. El libro contiene varias, pero sobre todo esta joyita, su “Foruncios corviplastos: qué son, cómo se crumean y otras normas de mantenimiento” tan alucinante para mi, como su curso acelerado para entender a Góngora. El libro es completísimo, lo remata con un taller de escritura: “hágalo usted mismo” donde con un método sencillo y resultón, instruye a quienes “quieran escribir y no sepan qué”. Más que nada y sobre todo se ríe. Se ríe de todo lo pomposo y pretencioso que envuelve al mundo de la alta literatura.
Enrique se encarama a los pedestales de las vacas sagradas de las letras y nos los baja a pie de calle. A cara lavada y zapatillas. Si yo fuera profe no lo dudaría, lo usaría como introducción quita miedos para abordarlos sin suponer vas a morir en el intento. Alcohol de noventa y seis grados apto para abstemios. Eso sí, quienes más lo van a disfrutar son quienes conozcan todas las obras y autores de los que habla, saborearán el increíble regusto de su ingenio.
Como resulta que en este país solo leemos lo que se publicita, seguro que pocos saben de su existencia y es por esto que me ha dado por hacerle campaña.
Nunca había hecho publicidad, si tengo éxito al lado de mi placa escribiré “publicista a ratos libres”. Lo confieso, mi ilusión sería hacer spots de esos de emocionar y encharcar ojos en Navidad. Tiempo al tiempo. Mientras me encargan la campaña de algún limpiador doméstico ¡¡al lío!!
El producto es de lo mejorcito. Biodegradable, barato y manejable. Silencioso, no molesta, en cuando cerramos su tapa, queda calladito. Entretiene un montón, forma, reforma y sobre todo transforma el rictus serio en una sonrisa.