Conocida es mi devoción por el maestro del humor Enrique Jardiel Poncela, que durante buena parte del siglo pasado nos obsequió con unas cuantas novelas y una larga serie de obras de teatro: innovador, gracioso (en todos los sentidos de la palabra incluso en el divino) y adelantado a su tiempo, que nos hizo más llevadero y divertido el paso por este valle de lágrimas. Y hete aquí que un nieto suyo ha conseguido poner al día todo ese talento y con el mismo tino que su legendario abuelo nos hace llegar una historia de la literatura transgresiva, alternativa y sorpresiva (¡y vive dios! que se me acaban los adjetivos con iva con lo caro que está).
El autor nos muestra de una manera muy cachonda todos las incongruencias en los argumentos de los grandes clásicos de la literatura (y no con cualquiera sino con el mismísimo Quijote de la Mancha) arremete contra los manidos desenlaces de novelas encumbradas por la crítica, parodia todos los géneros y estilos habidos y por haber (especialmente acertados y de tirarse por el suelo de la risa los de Los analfabetos de Arniches o las greguerías que faltaban de Ramón Gómez de la Serna) embiste de frente a la poesía japonesa y a la otra, la de toda la vida y además no solo de forma teórica sino suministrándonos un método infalible y sencillísimo para que cualquiera que lo emplee pueda convertirse en el nuevo Neruda sin haber tenido que nacer en Chile y sin tener que llevar esa boina tan horrorosa. Ya era hora de que alguien le metiera mano a tanta crítica pedante y gregaria y al igual que aquel personaje de cuento que atrevióse a decir que el rey iba en pelotas, echarle unas cuantas ídem y señalar a los grandes próceres de la lengua escrita con las dos manos en la nariz y la lengua fuera mientras se les hace una pedorreta sonora.
Y lo mejor de todo es que Enrique (el autor me permite el tuteo ya que no puede hacer nada por evitarlo) consigue avivar ese espíritu crítico en nosotros y nos dota de las herramientas necesarias para desenmascarar a cualquiera que ose encumbrarse como reputado literato moderno. Además queda por decir que el libro es de los que uno no quiere que se acabe nunca, que admite varias relecturas, que se le presumen al autor, perdón a Enrique, copiosas, fecundas y ubérrimas lecturas y que da gusto que la corrosiva, erudita y siempre divertida trayectoria de Jardiel siga con nosotros, nieto mediante, guiándonos en nuestro caminar por el proceloso mundo de la buena literatura de verdad y no en esa que nos quiere vender la critica especializada, de la que ya no nos creemos nada. ¡Anda mira, yo también rimo! Ya se me está notando el efecto Jardielista
Cómprenlo, léanlo, disfrútenlo y serán ustedes mejores personas, más cultas y sobre todo más graciosas. Amén.