“La mayor parte de los males del mundo, si no todos, se basan en la seriedad”, manifestó Enrique Gallud Jardiel en un acto celebrado en la librería La Central, en Madrid. “Dicho de otra manera –continuó diciendo–, la gente seria, la gente que se toma a sí misma muy en serio, también se toma muy en serio a lo mejor su patria chica o sus ideas filosóficas o sus ideas políticas o su religión…, y tan en serio que pueden hacer daño a los demás. La gente “mala” es gente seria. La persona que ve el mundo con una visión humorística es menos capaz de perjudicar a alguien. De ahí el valor importante de la parodia”. Lo cierto es que no puedo estar más de acuerdo, por eso no puedo dejar de transcribir el hilo de su discurso, que rebosa sabiduría: “La parodia no es únicamente literatura de evasión, la visión paródica del mundo tiene dos ventajas: una es que nos da una visión más optimista, más alegre; la otra es una función social, la desmitificación, el decir que las cosas que parecen tan importantes no lo son tanto, el reírnos de las grandes personas, el reírnos del poder, el reírnos de las instituciones, eso siempre es sano. Además, no hay nada que más miedo de al poder establecido que el que se rían de él. Por eso es tan temible un Quevedo. El humor tiene esa función correctiva. Ridendo castigat mores (riendo corrijo las costumbres), y eso es algo bastante importante”.
¿Qué tiene que ver esto con el libro en cuestión? Todo. Con Séneca, Quevedo y otros plastas por el estilo el autor tiene el propósito de hacer una defensa del humor. Y trata de cultivar el sentido del humor de los lectores. Porque ya lo dijo Muñoz Seca, uno de sus maestros, “lo único que hay en el mundo digno de estimación, después de una buena mujer, es una buena carcajada”. Uno de sus abuelos ha sido a buen seguro otro de sus maestros, puesto que Enrique Gallud Jardiel es nieto del gran Enrique Jardiel Poncela. De casta le viene al galgo.
El libro ha sido publicado este año en Ápeiron Ediciones y está compuesto por parodias y versiones humorísticas de diversas obras literarias. Algunos textos, siempre inspirados en las obras o en sus autores, recuerdan al sainete. Toma el pelo a la novela Doctor Zhivago cuando dice “como es una historia cursi, la escribo en cursiva”. En otros momentos no falta, por supuesto, la crítica social. Y del total de las veintiuna sátiras, me resulta especialmente cómica la que dedica a Visita en la casa del castellano, de Ramón Gómez de la Serna.
En prosa, verso o teatro nos acerca obras de la literatura universal a través de la crítica desenfadada. ¿Que qué opinarían de ello esas obras? Que responda don Quijote por mí: “—Eso me parece, Sancho, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira y la pusiese en el ensanche: si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame”. En otras palabras, que hablen de mí, aunque sea mal, pero que hablen y sobre todo que ello anime a que me lean.