“Enrique Gallud Jardiel ha creado los pirobolinos para recordarnos que todo género literario, trabajado con saña o torpeza, puede convertirse en una burla”
Hipótesis general: Los lectores de cualquier volumen de historia no tienen que parecerse a lo que diga el título; no todo lo impreso debe entenderse como asunto personal. Esa intuición casi intestinal me sirvió de alivio al revisar Histoire de la merde de Dominique Laporte; supe que los edictos del siglo XVI que obligaban a los parisinos a construir letrinas en las casas no tenían vínculos con mis antepasados, ni me constreñían a guardarme en la sombra por mi hediondez, mi consistencia o mi coloración. La Historia abreviada de la literatura portátil de EnriqueVila-Matas no tiene que referirse irónicamente a mi peso y mi estatura, de allí que la lea con entusiasmo, sin creerme un shandy. Si exagero las zetas cuando estudio la Historia y crítica de la literatura española, editada por Francisco Rico, se lo achaco a la necedad. Por eso, un libro reciente de Enrique Gallud Jardiel, Historia estúpida de la literatura, no me hace sentir soso, ni mentecato, ni simple, ni majadero, ni estúpido—qué suerte. Un poco inservible, sí, pero quizá esa reacción se deba a que lo leí al terminar Los escritores inútiles, de Ermanno Cavazzoni, y aún no conocía la frase inicial de esta columna.
Hipótesis particular: Gallud Jardiel escribió esa obra para demostrar que la erudición es infructuosa si se ejerce para perpetuarla o cerrarla en sí misma; en ese sentido, es un crítico de las entelequias. Seguramente admira a Borges y sus filosofías –esas maneras de usar cualquier doctrina en beneficio de un argumento fantástico. Convendría leerlo, pues, como una versión opiácea de Marcelino Menéndez Pelayo: su familiaridad con la literatura se comprueba en sus alusiones a un canon que expande y socava a su antojo, como en el sueño. La filología que practica es más etimológica que institucional. Se dice que Enrique Gallud Jardiel es nieto de Enrique Jardiel Poncela, pero el dato podría ser apócrifo, como algunos textos que analiza: el Quijote, el Râjnaitikasatya Samhitâ, El Comité de un tal Franz Kafka… ¿Qué valor podría tener ese gesto entre falsario y real? El de un sistema renovado de lectura: lo heredado se entiende menos como lastre que como apertura hacia una zona donde la distorsión convive con el humor.
Prueba (mía): Gallud Jardiel conoce bien las jitanjáforas y, en consecuencia, ha creado el subgénero poético de los pirobolinos.
Contraprueba (de un lector rencoroso): “Gallud Jardiel quiere que olvidemos las jitanjáforas y creamos que ha creado los pirobolinos”. Los subrayados son míos. (Además de rencoroso, ese lector es cacofónico. Pobre.)
Otrosí (una prueba más, mía): Gallud Jardiel puede recrear bien el glíglico de Cortázar y, en consecuencia, ha creado el subgénero poético de los pirobolinos.
Argumento: Enrique Gallud Jardiel ha creado los pirobolinos para recordarnos que todo género literario, trabajado con saña o torpeza, puede convertirse en una burla. Su propósito es llevar la tradición humanista al extremo: en su repertorio hallamos el comentario lingüístico, la historiografía, el análisis temático, la exégesis, el resumen for Dummies y la recensión bibliográfica. Sin embargo, cada una de esas prácticas persiste en un hilarante estado zombi; fatigadas por el automatismo de los ascensos universitarios, perdidas un poco en la solemnidad de los anuarios, acá las reivindica la parodia. Y los pirobolinos.
Hipótesis y argumento, sin prueba: Historia estúpida de la literatura funciona como una versión cáustica de la Pseudodoxia Epidemica de Sir Thomas Browne y del Teatro crítico universal del cura Feijoo.
Errores comunes, según Enrique Gallud Jardiel: ver el texto “Contra Cervantes”. (Pista: “Cervantes es un pelmazo”.) (Pelmazo: “Comida que se asienta en el estómago”.) Y ver también otras páginas; entre ellas, las de los pirobolinos.
Objetivo: Demostrar que Enrique Gallud Jardiel es un escritor español.
Conclusión (con redundancias): Historia estúpida de la literatura no es un libro estúpido. Lo estúpido sería leerla con la creencia de que leerla sirve como preparación para un examen de suficiencia. Con leerla por gusto es suficiente.
Enrique Gallud Jardiel nació en Valencia, España, en 1958. Es, por lo tanto, español.
Queda demostrado.