Así tituló Valle-Inclán la segunda parte de la trilogía El Ruedo Ibérico -eso sí que es novela histórica y no las idioteces que ahora se acogen a tal etiqueta- y así titulo yo hoy este espacio en el que digo lo que se me antoja. El blog es mío, no de quienes lo comentan, que se aprovechan de mi sentido (decreciente) de la hospitalidad para hacerse un hueco al sol o, a menudo, para insultarme. Estoy harto. Pronto pondré un bozal a los segundos, y si pagan justos por pecadores, qué le vamos a hacer. C’est la vie! Que se vayan preparando.
En el ínterin voy a hablar bien de dos escritores. El segundo soy yo, pero eso lo dejaré para la próxima entrega de estas humoradas. El primero es Enrique Gallud Jardiel, nieto de quien ustedes se imaginan, doctor en Filología Hispánica, especialista en asuntos relacionados con la historia, cultura, mitología y religión de la India, y autor de más de treinta sesudos ensayos, que, tan harto de sí mismo como yo de los blogueros venenosos, acaba de publicar en la colección Los Humoristas de la editorial Espuela de Plata una descacharrante, desopilante, tronchante, refrescante e inquietante Historia estúpida de la literatura.
En ella ridiculiza con un sentido del humor que no desmerece del que adornó a su abuelo al noventa y nueve coma noventa y nueve por ciento de los grandes nombres de la historia de nuestra literatura, entendiendo por ésta la que se escribe en supuesto español a los dos lados del charco, con alguna que otra cala y cata en el acervo -a menudo acerbo- de lo que escriben (o creen que escriben) los guiris.
El porcentaje que manejo es hiperbólico, pues de no serlo, considerando que no existe escritor (incluyéndole a él e incluyéndome a mí) que no pueda y no merezca ser dejado en ridículo, el libro al que me refiero tendría más páginas de las que en su día escribió el Tostado. Y, por suerte para el lector, no es así. Doscientas cinco le bastan a Gallud Jardiel, maestro de la parodia, de la sátira, de la ironía, de la burla, de la zapateta y de la zapatiesta, para remedar, poner en solfa, sacar los colores, rasgar la taleguilla y descubrir las vergüenzas de gentes como Pedro Abad, Azorín, Rubén, Espronceda, Antonio Machado, Aleixandre, García Lorca, Góngora, Kafka, Deföe, Dostoievski, Fray Luis de León, Neruda, Shakespeare, Lope, Cortázar, Zorrilla, Umberto Eco, un larguíiiiiiiiiiiisiiiiiiiiiiiiimo etcéeeeeeeeeeeeeetera y, por supuesto, last but not least, el mismíiiiiiiiiiiiiiisimo Cervaaaaaaaaaaaaantes, del que se atreve a decir que es un pelmazo y que, además, escribía muy mal. No es el único que lo piensa. El marqués de Tamarón, que por cierto -paradojas de la vida- fue director del Instituto Cervantes, también lo cree. ¡Benditos sean quienes no se casan con nadie y se ríen hasta de la sombra de los dioses!
Gallud Jardiel no sólo sacude con su inmisericorde, aunque sonriente, zurriago a los autores. También los géneros -el romance, el villancico, la zarzuela, los haikus, los boleros- se llevan lo suyo.
En fin: una delicia… Baste citar, para demostrarlo, el comienzo de la Oda a la matanza, de Fray Luis: “Amada, en esta lira / de dulce rima y verso cantarino / sólo mi musa aspira / ante tu ser divino / a describir la matanza del gorrino”.
O un fragmento del Romance de la niña vestida, de Federico (¡oh!) García Lorca:”El viento en los olivares / va tocando el clarinete / sin que este verso se sepa / por qué está aquí, ni a qué viene. / Los gitanos, con sus ropas / muy bien dadas de azulete / se meten en el poema / sólo para dar ambiente / y hay un olor de jazmines / que no está mal, porque siempre / es mejor que huela a flores / que a vertedero o retrete”.
El libro de Enrique sólo tiene un defecto: en él no aparece ni un solo plumilla vivo, de ésos, tan abundantes hoy, que escriben con palotes, desconocen la gramática, la morfología, la sintaxis, el léxico, la retórica y no digamos la semántica (horrenda palabreja), y son leídos con meliflua devoción de beguinas y sacristanes por el rebaño de los asnalfabetos.
Pero no ha lugar a alarma. Es el propio Gallud quien reparte estopa a los malditos que tanto gritan y que aún gozan de buena salud en su blog (humoradas.blogspot.com). Léanlo y corran, desalados y babeantes, a la librería más cercana para comprar la Historia estúpida de la literatura. Si saben ustedes leer y siguen mi consejo, seguro que se lo pasan pipa este fin de semana.
Y lo mismo tiemblan, como los lectores de La Codorniz, que se leía con un dedo en la nariz, después de haber reído a mandíbula machacante.
Enrique Gallud Jardiel, nieto de quien ustedes se imaginan, acaba de publicar una descacharrante, desopilante, tronchante, refrescante e inquietante Historia estúpida de la literatura. […] Doscientas cinco páginas le bastan a Gallud Jardiel, maestro de la parodia, de la sátira, de la ironía, de la burla, de la zapateta y de la zapatiesta, para remedar, poner en solfa, sacar los colores, rasgar la taleguilla y descubrir las vergüenzas de gentes los grandes nombres de la historia de nuestra literatura. ¡Benditos sean quienes no se casan con nadie y se ríen hasta de la sombra de los dioses! […] Gallud Jardiel no sólo sacude con su inmisericorde, aunque sonriente, zurriago a los autores. También los géneros —el romance, el villancico, la zarzuela, los haikus, los boleros— se llevan lo suyo. En fin: una delicia. […] Corran, desalados y babeantes, a la librería más cercana para comprar la Historia estúpida de la literatura. Si saben ustedes leer y siguen mi consejo, seguro que se lo pasan pipa este fin de semana.