Iba yo a comprar el pan a la vuelta de la esquina y llevaba ya andadas 9 toesas y media tronchado de la risa recordando el desternillante ciclo del carbono cuando algo me chistó desde el escaparate de mi librería de toda la vida:
– Chisst, Chisst….
Y es que en mi librería tienen los libros muy bien amaestrados y conocen a sus mejores clientes por la sombra del cogote, así que me dejé llevar por mis más arrebatadores impulsos y descubrí en el título de uno de ellos una palabra que implícitamente define a casi todas las novelas de ahora pero que en este libro aparecía en la mismísima portada: Estúpida (mejorando lo presente).
Yo sólo recordaba un título con tan tristemente cotidiano adjetivo: Aventuras estúpidas, del gran Enrique Jardiel Poncela, incluido en El Libro del Convaleciente (Editorial Biblioteca Nueva, 2001, de venta en las mejores librerías). Pero es que además, o me había salido un absceso en la retina o es que me había dejado las gafas en mi casa (resultó ser lo primero): el autor era Enrique Gallud Jardiel, y por esa asociación de ideas que solo nos sucede a los que comemos coliflor por la noche me di cuenta de que allí se daba una muy extraña coincidencia; efectivamente, sagaz lector: los dos se llaman Enrique.
¡Oh, Enrique Gallud Jardiel….!
-¿Queréis que os describa algo acerca del autor?
CORO DE LECTORES (Extasiado): -¡Ahhh, Enrique Gallup Jardiel, rapsoda universal! ¡Ahhh trovador, ahhh bardo, ahhh creador! Sí, sí, copia su biografía de la Wikipedia aunque si quieres la buscamos impacientemente nosotros…
-No, no, que gastáis gigas en el móvil. Lo describiré inmediatamente:
Jardiel, Enrique Gallud Jardiel, cincuenta y seis años aunque con la barba parece que tuviera dos meses más, hijo de actores y nieto del más grande autor español de comedias del siglo XX, profesor universitario de cuyo nombre no quieren acordarse sus alumnos (que son muy cervantinos), amante de la India y de la fricocha de berenjenas impares, responsable de 317 interesantes artículos y uno sobre John Travolta, autor teatral, actor, conferenciante, traductor, bloguero y Advisor Dean en la Bircham International University, como casi todo el mundo…. en definitiva, un hombre del Renacimiento de ésos que tanto abundan y que nos tiene acostumbrado a mostrar la televisión en los magazines de la tarde.
-¿Sigo o no sigo?
CORO DE LECTORES (Con cierta retranca): -¿Pero no ibas a comprar el pan…?
Ah, sí… Pues eso, que delante de mí contemplé en todo su rectangular esplendor un libro titulado Historia estúpida de la literatura, expresión que en mis clases de Lengua de EGB contenía un epíteto. Deseoso de leer por fin algo cabal sobre literatura, entré en la librería con tan mala pata que no había ningún cliente y la librera me miraba fijamente, por lo que esta vez tuve que comprar el libro. Impaciente, lo abrí nada más pisar la calle y me quedé ensimismado en sus primeras páginas riéndome a mandíbula batiente (aproveché para hacer mayonesa) con La historia del ventilador en la poesía española. Cuando ya me había tropezado con 378 transeúntes y un calvo, decidí buscar un lugar tranquilo para seguir leyendo, y como por casualidad me encontraba a la altura de la estación de Santa Justa, decidí coger el AVE a Barcelona.
-¿Describo el AVE?
CORO DE LECTORES (quisquilloso). -Sí, pero cuál, ¿el de las 9.30 o el de las 16.45?
-Da igual…El ave es un animal vertebrado de sangre caliente, con el cuerpo recubierto de plumas, un pico córneo sin dientes y…
CORO DE LECTORES (aterrorizado) ¡Eh, eh, para el carro…! ¿Pero no estabas promocionando, digo hablando sobre esa estupenda Historia estúpida de la literatura?
-Ejem… bien… prosigamos por donde íbamos…
Como en el vagón todo el mundo estaba mirando el móvil o el ordenador, me dispuse a leer envuelto en un silencio pakistaní. Como no podía ser menos en un Jardiel, el libro comienza con aquello que según el escritor más necesita el mundo: la crítica literaria, sobre todo para envolver el pescado, ahora que no regalan las bolsas de plástico.
Gracias a Enrique Gallud por fin he comprendido perfectamente a Góngora, he aprendido lo que enseñan las instructivas zarzuelas y he descubierto un nuevo texto de Kafka que supera en kafkianidad los anteriores conocidos. Sí, sí, y ahí no queda la cosa… Nada escapa a la palabra caústica del autor entre chuflas, zumbas, chanzas, izas, rabizas y colipoterras: ni García Márquez, ni Cervantes, ni la poesía medieval… aunque digamos, para que se me entienda, que no tiene precisamente la mala leche de las críticas al uso sino que hay así como una especie de ironía superlativa recocida en recochineo y pasada por el tamiz del humor que deja finado de la risa a quien leyere.
Cuando acabé al pormenorizado y descojonante estudio, frase a frase, del villancico Ya viene la vieja, acertadamente catalogado por el autor como villancico zen, me dolían las costillas de reírme, y mientras leía el tratado sánscrito Yoga y ciclismo mis carcajadas ya se escuchaban en todo el vagón. Y lo que ahora voy a contar es absolutamente verídico: tres viajeros cercanos a mi asiento me pidieron el nombre del libro (no del autor, porque sobreentendían que, como siempre, era María Dueñas), título que yo les di amablemente y que apuntaron en sus móviles (cada uno en el móvil del otro). Algo más tarde también me pidieron seis autógrafos, quince euros por una navaja albaceteña y hasta un hijo, a lo que contesté que yo no era Fernando Sánchez Dragó, aunque parezca mentira. Después me enteré que desde 1996 no se había dado un caso de hilaridad igual en un vagón del AVE, cuando un viajero con divertículos en las meninges, después de leer en un periódico que el ministro de Hacienda prometía una bajada generalizada de impuestos, se murió de un ataque de risa.
-¿Queréis que os describa la risa?
CORO DE LECTORES (haciendo ganchillo). -Sí, por favor, ya que te descojonabas de esa manera queremos saber de qué se trata…
-Pues bien: como decía el inmenso Enrique Jardiel Poncela, “el arte de hacer reír se basa en exponerle al público, cara a cara, sus propios defectos”. Para saber reír primero hay que reírse de uno mismo, que somos quienes más a mano estamos. Lo que ocurre es que en este áspero país, con el sentido de inferioridad que nos caracteriza, los españoles somos incapaces de superar nuestras carencias con la amable indulgencia del humor, que nos queda así como a demasiada altura y por la parte de las islas británicas. Sólo personas como Enrique Gallud Jardiel son capaces de pitorrearse (y además con estilo) de los verbos floridos, las expresiones campanudas y los redichos folclorismos de autores tan circunspectos como Pérez Galdós, García Lorca, Fray Luis de León o Julio Cortázar, entre otros muchos, precisamente porque los admira y los conoce tan bien que es capaz de buscarles las cosquillas para hacer reír a los demás, porque a los españoles reírnos de los demás sí que nos relaja mucho.
-Os describiré la relajación…
CORO DE LECTORES (en plena duda metódica). –Oiga, ¿no nos estamos desviando un poco del tema?
-No, no… si seguimos hablando de lo mismo. La relajación es eso que uno va buscando a ciertas casas con luces rojas en la puerta…. Perdón por el lapsus cunnilinguae… quería decir que en los tiempos que corren no hay mejor manera de relajarse de esos tensores de nervios que son los telediarios que leyendo libros como esta Historia estúpida de la literatura tres veces al día y cada ocho horas (contiene Jardielzepam. Léase las instrucciones antes de uso).
Y además que es instructiva: hablando de estos tiempos cogidos entre costuras, en los que se piensa que la @ es la primera letra del alfabeto griego (bueno, a mí me enseñaron que la arroba era una unidad de medida que equivalía a la cuarta parte de un quintal, conocimiento gracias al cual he podido abrirme camino en la vida), decía que con la que está cayendo se agradece infinitamente descuajaringarse de la risa leyendo los hilarantes resúmenes que hace Enrique Gallud, en verso, de las más insignes obras de la literatura universal: La Ilíada, Hamlet, Romeo y Julieta, La vida es sueño….
-Voy a describir el sueño…
CORO DE LECTORES (despertando). –¿De verdad que cree que hace falta…?
-El sueño es lo que le quité a mis queridos compañeros de vagón con mis risotadas cuando leí los siguientes versos explicativos del levantamiento del pueblo de Fuenteovejuna contra el Comendador:
“Los habitantes del pueblo,
que eran más brutos que mulas,
dieron un grito de enfado
que lo escucharon en Murcia,
asaltaron el castillo,
interrumpiendo la ducha
del Comendador malvado
y le dieron una tunda.
¿Qué digo tunda? Somanta.
¿Qué somanta? Veintiuna
puñaladas en el hígado
con fuerza morrocotuda
y una patada en sus partes
que le condujo a la tumba.”
-…. por lo que los alegres viajeros y las comadres de Windsor decidieron por unanimidad y cinco votos en contra echarme del tren a la altura de Calatayud, circunstancia que aproveché para preguntar por la Dolores, que ahora se hace llamar Jessica.
Pero, como el undécimo sabio que es, el autor deja lo mejor del libro para el final: un taller de escritura un tanto sui generis que hará las delicias de los heterodoxos de la literatura y los vendedores de cerillas caducadas: así he aprendido cien maneras de no empezar un libro, escribir como Neruda, hacer versiones macarrónicas de obras inmortales o construir haikus llenos de inteligencia.
-¿Describiré la inteligencia?
CORO DE LECTORES (dándose significativos codazos entre ellos). –Después de lo que nos está endosando, dudamos mucho que usted sepa lo que significa esa palabra….
-Haré un esfuerzo….pero como tampoco doy para mucho, lo explicaré en unos someros artículos reglamentarios:
Primero: Lo inteligente es reír en vez de estar amargándose uno la vida y amargándosela a los demás.
Segundo: Lo inteligente es leer libros como esta Historia estúpida de la literatura, a la luz del buen humor, y no bajo cincuenta sombras de lo que sea.
Tercero: Lo inteligente es tener sentido del humor frente a los que se toman a sí mismos demasiado en serio y tener sentido de la realidad cuando todos los demás se toman la vida con demasiado humor.
Cuarto: Lo inteligente es parodiar aquello que amamos en vez de imitar aquello que en verdad odiamos.
Quinto: Lo inteligente es ir terminando este relato antes de que me expulsen del paraíso de Internet (…Y dijo Google: Por haber hecho esto, maldito serás entre todos los internautas, y entre todos los blogueros del mundo. Volverás a escribir con papel y lápiz y tendrás que mandar tus correos por carta certificada para el resto de tu vida.)
Disposición Adicional Única: Lo inteligente es escribir como lo ha hecho Enrique Gallud Jardiel, y todavía más inteligente es leer estos textos que, en una palabra (ahora se dice un eslogan) solo podemos catalogar de descacharrantes.
-Describiré lo que significa descacharrante….
CORO DE LECTORES (alucinando en colores). -¡Pero es que este tiparraco no se va a callar nunca…?
-Voy a describir una alucinación en colores…
CORO DE LECTORES (pelirrojos): -¡¡¡Váyase usted a la mierda… a-la-mierda!!! ¡Todo el mundo a bloquear esta pelmaza web!!!
(Desaparezco de la pantalla en olor de multitudes, es decir, a lo que huele el metro a las ocho de la tarde, mientras todos mis ex-lectores van a comprar el libro de Enrique Gallud Jardiel para, por fin, poder reírse de algo.)
Historia estúpida de la literatura. Enrique Gallud Jardiel. Ediciones Espuela de Plata. (Por si no se han enterado).