José-Miguel Vila: Teatro a ciegas, Esperpento Ediciones Teatrales, Madrid, 2017. (Reseña)
Tenemos aquí tres libros en uno, en mise en abyme, con lo que las posibilidades de que el lector se entusiasme con al menos uno de ellos son muy altas. Yo —como les sucederá de seguro a muchos otros— me he visto seducido por los tres.
Antes de continuar quiero manifestar mi convicción de que la reseña literaria, quizá tenida por muchos como un género menor, es de los entrañan más dificultades si se quiere hacer con honestidad y solvencia. No me refiero, es obvio, a las que se hacen con la predisposición al elogio impelida por algún tipo de compromiso personal o corporativo ni a las que se originan de la inercia, que muchas veces llevan al reseñador a emplear en ellas la información de la contraportada, su propio talento y oficio y poco más. Una reseña eficaz tiene que sintetizar sin revelarlo todo, debe hacer apetecible la lectura sin engañar sobre aquello con lo que el lector se va a encontrar y ha de criticar efectivamente el producto literario mencionando sus pros y contras. El lector ilustrado no pide menos ni merece menos. El que desafortunadamente no lo es no hace caso de reseñas a la hora de escoger un libro. De ahí la responsabilidad, pues una reseña desacertada sobre un buen libro es como una pintada sobre la pared de un edificio histórico.
Nuestra petulancia nos lleva a creer que acertaremos en esta ocasión, al hablar de estos tres libros que, a nuestro ver, conforman Teatro a ciegas, un producto pulcramente elaborado y presentado por Esperpento. El volumen se estructura en dos partes bien diferenciadas: un ensayo personalista sobre las circunstancias en que se forja un crítico teatral ciego —con todas las peripecias que conlleva la superación de mil dificultades— y una muestra antológica de su labor, que funciona como un documento histórico sobre el teatro de los últimos lustros. Esto es lo aparente.
Pero encontramos en la primera parte como otro libro escondido pero con entidad propia y que nos interesa especialmente a todos los que amamos el teatro y nos dedicamos a él en mayor o menor medida. Se trata de la historia de una seducción. Cómo, aparte de vicisitudes personales, el arte de Talía cautiva a un joven de cierta generación, cómo éste consigue su acercamiento a él a través de diversos medios y cómo rinde su personal y merecido homenaje a un programa televisivo: «Estudio 1», un añorado espacio que contribuyó de manera decisiva a la formación cultural de toda una generación y cuyo magnífico formato los mandamases de las televisiones del presente no quieren repetir escudándose en argumentos espurios, resumibles siempre en la palabra ‘dinero’.
José-Miguel Vila nos cuenta de una manera elegante y conmovedora este proceso de seducción que sobre él tuvo lugar, la manera en que se apoderó de su ser ese «demonio del teatro» del que hablaba Benavente, diciendo que era, pese a todo, un buen demonio; que tenía su infierno, pero que les daba la gloria a sus elegidos, a los que le dedicaban su vida y su alma, a los que le querían de verdad. Esto ha sido, efectivamente así, cuando nuestro escritor —libre por las circunstancias para elegir la rama del periodismo que más le podía apetecer ejercer— opta por la de espectador y comentarista teatral. Nos ofrece, además, muchas de sus oportunas reflexiones sobre el arte teatral, tanto más valiosas si las comparamos con la abundancia de tópicos al uso que manejan muchos supuestos expertos de la profesión. Lo que dice Vila, por el contrario, resulta inatacable, a poco que se entienda del tema.
La segunda parte de la primera parte —que diría Groucho— contiene la epopeya humana, el episodio heroico. Nuestro hombre muestra una suprema habilidad con su escritura al relatarnos su monumental proeza con tal grado de humildad y sencillez que se aleja de toda presuntuosidad. Porque lo que se nos narra es, en verdad, un increíble acto de superación: cómo un hombre que pierde prácticamente la totalidad de la visión no sólo se sobrepone al golpe moral del hecho y al sufrimiento físico del proceso médico, sino que decide seguir desempeñando su profesión en pie de igualdad a otros y sin pedir ningún tipo de concesión. Viene entonces una época de trabajo febril: aprendizaje de nuevos lenguajes, empleo de modernas tecnologías, uso de artilugios especializados para leer, escuchar, escribir. Una batalla por no ser menos, por evitar el trato de favor o la compasión. Estos años de la vida de José-Miguel hubieran sido suficientes para que un Balzac o un Dostoyevski escribieran sobre personaje tal una novela magnífica.
Las críticas que integran la segunda parte del volumen nos hablan del panorama teatral de los últimos años. No están todas —sería inviable—, pero el autor tiene la gentileza de facilitarnos los vínculos, para que podamos a acceder a la que deseemos. Se reseñan aquí clásicos y modernos, ¿se nos permite decir que vistos con una mirada nueva? Porque el estilo de Vila es todo menos tópico. Sus comentarios son siempre lúcidos, certeros, inteligentes y, por tanto, imprevisibles. Complementa sus reseñas con datos fundamentales y útiles para la mejor comprensión del lector. Consigue que te centres de inmediato en el asunto y olvides al que escribe —una rara cualidad que no todos los escritores poseen— y, en definitiva, consigue unas reseñas-modelo que se leen con mucho agrado, por la elegancia extrema de su estilo.
Mucho más podría decirse de este ensayo, que debería de ser lectura obligada para los que decidieran dedicarse a esta actividad. Pero el libro habla por sí mismo y es, como hemos dicho, apasionante, tanto para la gente de teatro como para aquellos a los que les interese el tema eterno de la superación humana.
Sólo resta mencionar un bello e inspirado prólogo del dramaturgo Alberto Conejero y dedicar un agradecido recuerdo a Yako, el fiel pastor alemán que cuidó de nuestro hombre y en gran medida posibilitó que éste viviera su vida como quería vivirla y pudiera disfrutara del teatro, ese regalo que los dioses —quizá sin querer o en un momento de embriaguez— nos hicieron un día a los humanos.