El término ‘eufemismo’ posee innegablemente unas connotaciones altamente positivas. Proviene del lat. euphemismus y éste del griego euphemismós (eu, bien, y phemí, decir) y se asocia automáticamente a vocablos como ‘eufonía’, ‘eufuismo’, etc., transmitiéndonos la noción de belleza, lo que aceptamos siempre como un valor declarado sin meditar en sus repercusiones. Una definición genérica del eufemismo podría ser la siguiente: «Estrategia discursiva que consiste en substituir una expresión dura, vulgar o grosera, por otra suave, elegante o decorosa.» No obstante, y en gracia a la brevedad, los diccionarios de lingüística suelen explicar que los eufemismos son voces que substituyen a otras, porque éstas resultan inapropiadas en un contexto. Ante tal aseveración pseudocientífica no cabe sino preguntarse quién decide lo que es o no apropiado para una sociedad y con qué autoridad.
Las funciones del eufemismo en el pasado se hallaban bastante claras y respondían a una noción perfeccionista y estética de la lengua. El eufemismo implicaba «buen gusto», al eliminar del habla malsonancias, voces groseras y escatológicas, atenuando o eliminando la tensión del discurso. Es en este sentido como su uso nos resultaba agradable. «A todos en nuestra vida social nos seducen los hechizos del eufemismo, que ya hacían las delicias de nuestros antepasados.» (Nieto, 2000: 36). Como ejemplo basta con recordar la divertida metáfora quevedesca de ‘calendas púrpuras’ para referirse a la menstruación. El eufemismo servía también para no tener que mencionar tabúes (la muerte, la viruela, el demonio) y se le daba una aplicación moralista, substituyendo voces relativas al sexo, a la prostitución, etc. Hasta ahí su eficacia y utilidad quedaban fuera de toda duda.
Hoy, empero, nos enfrentamos a una realidad socio-lingüística muy distinta. El empleo del eufemismo como forma de evitar el tabú se ha reducido enormemente. De hecho, se alardea del uso de malsonancias y el disfemismo se ha convertido en un procedimiento en extremo común. Palabras como ‘trasero’ para substituir a ‘culo’ ya no son de uso corriente. Este cambio se hace más patente en el habla juvenil y se hallan expresiones malsonantes y hasta ofensivas en títulos de libros (Memoria de mis putas tristes), espectáculos (Por una manzana, siete historietas cómicosexuales para cuatro pollas y dos coños), etc.
Por el contrario, se ha extendido los usos eufemísticos en áreas asociadas al desarrollo y al mundo moderno, como por ejemplo en la relativa al influjo publicitario de marcas comerciales (‘támpax’ por ‘tampón’) o simplemente por imitación cultural (‘márketing’ en lugar de ‘mercadotecnia’). Estos usos pueden responder a una moda o ser un mero indicativo de falta de conocimiento de la propia lengua.
Pero lo que es realmente grave es la utilización de eufemismos como armas de cambio social y, lamentablemente, de manipulación manifiesta. Ello es evidente en un alto número de casos originados por motivaciones sociales o clasistas o bien directamente causados para facilitar fines políticos o económicos específicos.
Concretando: un análisis previo nos encamina hacia una definición más precisa: Los eufemismos son nociones adulteradas que tienden a edulcorar la realidad y a favorecer a los más diversos intereses. Ésta es una conclusión de graves implicaciones cuando se trata de la responsabilidad de los comunicadores ante su público. Pero cuando se responsabiliza a los medios de comunicación de esta deformación inducida, éstos no siempre reconocen su culpa. Álex Grijelmo asegura que los periodistas no son los responsables primeros de esta manipulación, sino sólo instrumentos. Los periodistas, por pereza, usan términos inventado por políticos, economistas. sindicalistas, terroristas, jueces y policías, bajo la supuesta objetividad de ser fiel a la cita. (Grijelmo, 2001: 518 y ss.). Aunque no profundizaremos en este aspecto de la cuestión —pues no es nuestro objetivo señalar culpables, sino únicamente definir y concretar una situación preocupante—, cabría recalcar el hecho de que son los comunicadores quienes tienen la oportunidad, el foro y los medios para revertir esta tendencia. Independientemente de cuál sea el origen del término eufemístico tendencioso, ellos pueden substituirlo por otro más adecuado y veraz. El que no lo hagan sí es definitivamente algo reprobable.
En este trabajo trataremos dos aspectos fundamentales: una rápida y necesaria recapitulación de las técnicas formales más habituales en la creación de eufemismos (campo, por otra parte, ya estudiado) y una relación de los valores y principios que se transmiten, o sea: los postulados de carácter ético que se infieren de los principales eufemismos en uso en el contexto socio-político español, que modifican de manera radical nuestra visión del mundo y, consecuentemente, nuestra actividad en él.
J.M. Lechado García ha clasificado de manera satisfactoria los procedimientos semánticos de creación de eufemismos (Lechado, 2000, 18-19). Menciona los siguientes:
Antífrasis, con un sentido diametralmente opuesto al literal. ‘Pacificación’ por ‘represión’. Un «ejército de pacificación» es un caso claro de antítesis, puesto que en tiempos de paz, el ejército no actúa militarmente. Obviamente, este eufemismo sólo es aceptable desde el punto de vista del vencedor, dando así una visión limitada del problema.
Cultismo, usado por su potencial para la dignificación. El término ‘proxeneta’ (del griego proxeneetés, alcahuete) substituye eficazmente a ‘chulo’ y parece elevarlo de rango. La voz ‘ablación’ (del lat. ablator y éste de aufero, quitar) no expresa gráficamente la crueldad de la práctica, que no es sino la mutilación del clítoris.
Barbarismo, con el prestigio esnob de las lenguas extranjeras. Al usar ‘overbooking’ —que define a un auténtico fraude consistente en vender más plazas de hotel o de avión de las realmente disponibles — el inglés añade la impresión subjetiva de que estamos empleando un término comercial nuevo y quizá no bien definido, pero lícito. De igual manera, la voz inglesa doping para ‘consumo de drogas’ es considerablemente menos fuerte.
Perífrasis, alargamiento de una expresión que no suele añadir ningún sentido a la original. El caso de ‘dispositivo de control de presencia’ para ‘reloj de fichar’ puede intentar eliminar connotaciones negativas. El uso de ‘segmento de ocio’ substituyendo a ‘recreo’ es patentemente superfluo.
Sinécdoque o empleo metonímico de la parte por el todo o el todo por la parte, lo que permite una manipulación de la cuantía o importancia de los contenidos. ‘Brote’ en lugar de ‘epidemia’ es un término impreciso, puesto que no son en absoluto lo mismo. Su empleo substitutivo en un parte médico puede tener por objeto no alarmar en demasía.
Sinonimia, con reducción en la intensidad de los sentidos. El verbo ‘fallecer’, más elegante que ‘morir’, connota algo espontáneo, no provocado. La frase «Tras el bombardeo fallecieron veinte personas» parece indicar que las muertes no son totalmente culpa de las bombas.
Metáfora, asociando elementos de belleza fonética o conceptual. Así el ‘campo de batalla’ se transforma en ‘teatro de operaciones’ y de alguna manera se dignifica, desdramatizándose lo que en él suceda.
Negación, de uso muy común en el mundo político, para no herir susceptibilidades. Así ‘discapacitado’ o ‘minusválido’ en lugar de ‘tullido’ o ‘invidente’ en lugar de ‘ciego’. Son términos vagos. ‘Discapacitado’ sólo significa «que no posee capacidad». De una persona que no supiera tocar el violín podríamos decir que estaba discapacitado para tocar el violín. Con estos usos se potencia la falta de precisión de la lengua.
Antonomasia, que depende de los conocimientos culturales de un lugar o momento, por lo que los valores eufemísticos cambian. Antes se entendía ‘hacer la carrera’ por ‘ejercer la prostitución’ en un sentido antonomásico. Las generaciones jóvenes están dejando de entender ese sentido del término.
Lítote, negando lo contrario de algo, en lugar de afirmarlo directamente. Se consigue suavizar la expresión, aunque el contenido no varía. Si empleamos ‘no apto’ para ‘suspenso’ parece que se quiere contemporizar con los padres del alumno. Además esta estructura no es puramente castellana, sino inglesa y nos abocaría, por ejemplo, al uso de ‘no bueno’ en vez de ‘malo’ o de ‘no cierto’ en lugar de ‘falso’, algo no deseable.
Infantilismo, una forma tradicional de eufemismo. ‘Pipí’ por ‘orina’, etc.
Pasemos ahora a la relación de premisas morales y sociales que se infieren de los eufemismos al uso y que influyen perniciosamente en nuestra visión de las cosas y nuestro comportamiento.
1.- La violencia tiene justificación.
Esta tesis se defiende subliminalmente de diversas maneras. Una de ellas consiste en asociar sus términos con otros de connotaciones positivas. ‘Limpieza étnica’ —expresión popularizada durante la guerra civil de Bosnia-Herzegovina— substituye a ‘exterminio’ o ‘genocidio’, al igual que ‘depurar’ sirve para ‘reprimir políticamente’, ‘exterminar’ o ‘masacrar’. La idea que se comunica es que todo queda más puro que antes. Al convertir al ‘mercenario’ en un ‘soldado de fortuna’, un término positivo, parece que estamos hablando de una profesión legal. Para este objetivo se emplea también la antítesis, con la voz ‘defensa’ para lo que en realidad es un ataque. El Ministerio de Defensa es, en realidad, el Ministerio de la Guerra. Suavizando los aspectos negativos, se le hace a la sociedad mucho más llevadero aceptar una situación límite. Así, tenemos ‘bajas’ en lugar de ‘muertos’ o ‘acciones’ en lugar de ‘ataques’.
La despersonalización ayuda a aceptar fácilmente esta nociones. La expresión ‘campaña aérea’ para definir los ‘bombardeos’, como se usó profusamente durante la campaña de la OTAN contra Yugoslavia en 1999, no nos evoca imágenes de cadáveres ni de edificios derruidos. El concepto ‘unidad de intervención’ como ‘fuerza de represión’ o ‘policía antidisturbios’ no asusta.
Es impresionante la desdramatización que puede conseguirse substituyendo la voz ‘aborto’ por el aparentemente aséptico término ‘interrupción del embarazo’, la expresión de moda a la hora de proponer leyes liberalizadoras del aborto. La inserción de uno u otro término en una encuesta sobre el tema produciría resultados marcadamente diferentes.
Estos procedimientos obvios de manipulación lingüística pueden llegar a verdaderos extremos en expresiones como ‘guerra preventiva’ para lo que no es sino un ‘ataque a traición’. La voz ‘ajusticiar’ como eufemismo de ‘ejecutar’ justifica de hecho la pena de muerte, al implicar que matar es literalmente «hacer justicia», no imponer un castigo.
2.- La posesión de riqueza es una virtud.
Aquí hallamos la noción del capitalismo extremo como algo altamente deseable. La expresión ‘mundo libre’ abarca a los países capitalistas y, por ende, una economía no capitalista no es libre. Como el ser libre es algo deseable, el silogismo se completa de forma natural. Analógicamente llamamos ‘Tercer Mundo’ a los países pobres y admitimos que es peor ser pobre. Aunque el país en cuestión sea en general más honesto, más pacífico, más religioso o respete valores superiores, el criterio de jerarquía es aquí el dinero.
Dinero se parangona con calidad y así se produce un desplazamiento de la responsabilidad. Por ejemplo, una película de ‘bajo presupuesto’ significa que es automáticamente de mala calidad. Esto potencia la idea de que la mala calidad de algo no es culpa de las personas que lo hacen, sino de la falta de medios. La posesión de riquezas se transforma en virtud y ello genera una diferenciación maniquea rico/pobre y un clasismo que justifica los medios de obtención de esa riqueza. Los que la controlan se convierten en una «superclase» social cuyas acciones quedan siempre justificadas debido a su poder. Cuando estas personas cometen delitos, a éstos se les denomina ‘inobservancias’ de la ley (eufemismo que nunca se usa para delitos cometidos por delincuentes comunes) y sus actividades fraudulentas o delictivas son sólo ‘irregulares’.
3.- La especulación y el engaño económico son aceptables.
Una vez considerada la riqueza como una valor esencial en la sociedad, se justifican los procedimientos para conseguirla. La voz ‘usura’ se desecha por su carga negativa y se ve substituida por ‘financiación’, que viene a ser el mismo sistema de pago con intereses desmesurados, con la diferencia de que esta actividad —vergonzante y reprobable hasta hace poco— se publicita hoy no sólo como legal, sino como una ayuda al ciudadano. Igualmente sucede con la noción de desfalco, que se nos presenta como ‘estrategia contable’ o con la divertida aunque inmoral expresión ‘contabilidad creativa’.
El mundo laboral y de la economía se aprovecha en gran medida de los usos eufemísticos para su propio interés crematístico. Al despido masivo se le denomina ‘ajuste laboral’ o ‘recorte’, un término políticamente correcto, favorecido por los gobiernos. A la práctica del despido libre y gratuito se llama ‘flexibilidad del mercado de trabajo’. Una subida de precios se convierte en mera ‘actualización de precios’, aunque en el caso de sueldos, no se emplea, usándose el más positivo ‘subida de salarios’. Es paradójico el caso de la ambigüedad del término ‘revisión’. Una ‘revisión de salarios’ es una bajada de sueldos mientras que una ‘revisión de tarifas’ es una subida de precios, siempre en detrimento del ciudadano.
4.- Se debe aspirar a la tecnificación.
La ciencia y la técnica —su aplicación práctica— cobran importancia en este lenguaje políticamente correcto que se logra mediante el uso sesgado del eufemismo. El empleo espúreo de un término científico o pseudocientífico sirve para vender mejor un yogur o un detergente y con ello se pretende transmitir la idea de que la ciencia nunca defrauda. Así, un ascensor nunca está ‘roto’ ni ‘estropeado’; simplemente se halla ‘fuera de servicio’, como si tuviera un período de descanso laboral.
Es habitual el empleo de eufemismos de carácter científico para disfrazar realidades de las que nos avergonzamos. Si de un individuo decimos que tiene mal aliento, la imagen de su personalidad externa se deteriora. En cambio, la expresión ‘sufre de halitosis’ indica que esa persona no es en absoluto responsable. A nivel social, el eufemismo ‘geriátrico’ por ‘asilo de ancianos’ revela el sentimiento de vergüenza social que este tipo de centros produce en el inconsciente colectivo.
El léxico tecnicista se utiliza para lograr una falsa dignificación. El mismo término ‘ciencia’ intenta proporcionar respetabilidad a cosas que no son respetables en sí, como sucede en la expresión ‘ciencias ocultas’ que alude a algo que no son ciencias en absoluto y con la que se pretende dignificar un término rechazado tanto por la vía religiosa oficial como por el campo científico-racional.
Donde más patentemente se observa este fenómeno es en la denominación de actividades laborales. El barrendero pasa a ser ‘agente sanitario’, los oficinistas son ‘administrativos’ y los enfermeros se convierten en ‘A.T.S. (Asistente Técnico Sanitario)’. Este esnobismo profesional conduce a la erosión de los términos. Desde el momento en que un jardinero se denomina ‘técnico de parques y jardines’, la voz ‘técnico’ pasa de significar ‘especialista’ a significar ‘obrero de cualificación baja’. Este uso se ve complementado con el empleo de extranjerismos debido quizá a un complejo de inferioridad hispano que tiende a creer más importante lo que se expresa en otro idioma. De esta forma se popularizan nombres de profesiones como las de barman, manager, etc., obscureciéndose gran parte del sentido del término, pues manager es una voz ambigua que puede significar diferentes cosas (administrador de una empresa, representante de un artista, apoderado de un torero, gerente de un hotel, etc.).
5.- No somos responsables del mundo en que vivimos.
La lengua de los medios informativos nos conduce hacia un continuo desplazamiento de la responsabilidad. Al cambiar ‘drogadicto’ por ‘drogodependiente’ se elimina la noción de voluntad y se enfatiza la dependencia. Estas personas aparecen como víctimas de algo que les es totalmente ajeno. ‘Alopecia’ en lugar de ‘calvicie’ indica algo que no es innato a la persona (explicable genéticamente y equivalente a ser alto o bizco) sino un mal externo, una desgracia que le puede pasar a cualquiera.
La exoneración de la culpa se puede conseguir mediante la suavización de los términos. El uso de ‘entorno’ como en la expresión ‘el entorno de ETA’ —refiriéndose a los grupos que actúan como portavoces y ayuda— difumina la responsabilidad real de complicidad. Su objetivo es no atacar de frente a quien puede defenderse, pues nunca se diría de un gángster que «perteneció al entorno de Al Capone».
De igual forma se habla de la gente que muere a consecuencia del ‘fuego amigo’ o se hace mención de ‘daños colaterales’ (muertos, heridos, víctimas) aludiendo a operaciones militares supuestamente limpias, sin daños a la población civil, y que luego no resultan tales. Este procedimiento reafirma la idea de que existen males ineludibles y nos predispone a aceptarlos sin protestas. Así, cuando a una matanza o masacre se la define como ‘catástrofe humanitaria’, la palabra ‘catástrofe’ nos transmite la impresión falaz de que era inevitable y que nadie quería que sucediera.
6.- Podemos falsear el concepto de derechos.
Asociando lo que deseamos —sea correcto o no— a conceptos de connotación positiva, justificamos nuestras acciones. El uso de ‘nacionalismo’ para lo que en realidad es una actitud xenófoba no suena tan mal tras siglos de considerar a la nación como algo necesario y digno. La crudeza del ‘golpe de estado’, característico del siglo XIX español, designado como ‘pronunciamiento’ queda paliada por el derecho a pronunciarse abiertamente y sin censuras. Análogamente, la extorsión terrorista, llamada ‘impuesto revolucionario’ connota que el impuesto lo impone siempre quien tiene derecho a hacerlo. Además, deforma el concepto de revolución, que puede tener significado positivo. Subliminalmente se defiende así la legitimidad de los que exigen el pago.
7.- Nuestra actitud hacia el hombre es buena.
Los eufemismos ayudan a limitar el trato decoroso que merecen nuestros semejantes a una mera cortesía lingüística. La bondad de nuestra sociedad parece existir meramente en la llamada corrección política de sus expresiones. Una cárcel es menos cruel si se mejoran sus dependencias, su comida, el trato a los que allí están, etc. No es mejor simplemente porque se la denomine ‘centro de inserción social’.
Un aspecto negativo de la caridad puede ser la posible humillación hecha al que la recibe. Si esta actitud persiste, no sirve de nada llamarla ‘solidaridad’ o ‘ayuda humanitaria’. Los pobres no mejoran su vida porque se les defina como ‘personas de renta limitada’ o ‘económicamente débiles’. El deseo de no herir susceptibilidades no siempre lleva a un eufemismo preciso (como podría ser ‘síndrome de Down’ para ‘mongolismo’) sino que encontramos expresiones imprecisas tales como ‘ayuda profesional’ para ‘tratamiento psiquiátrico’. Esta expresión no se usa para definir al dentista, aunque un problema odontológico requiera también la ayuda de tal profesional.
Este afán de escapar del significado real de las palabras conduce al extremo opuesto del espectro lingüístico y a un país superpoblado y, por ende, pobre, se le llama ‘país rico en recursos humanos’. Igualmente acaece con la segunda división futbolística, a la que nos referimos como ‘división de plata’.
El caso extremo de este intento de no ofender es el de la absoluta presunción de inocencia que tiene lugar al denominar ‘lucha armada’ al terrorismo, lo que suaviza el carácter mafioso y criminal de las actividades de grupos sin relación con una rebelión legítima. La expresión ‘grupo armado’ para ‘banda terrorista’ la empleó Amnistía Internacional en 1996 para referirse a ETA.
8.- Lo que no se menciona, no existe.
Ésta es la falacia basada en la substitución de tabúes, que ha ampliado notablemente su espectro y que nos permite cerrar los ojos ante las realidades que nos desagradan.
Los vocablos que históricamente se han tintado de aspectos negativos desaparecen y son substituidos por otros que originariamente tenían diferente valor semántico. De esta manera, el término político ‘derecha’, desprestigiado y asociado a la reacción o al fascismo, pasa a ser el ‘centro’, término generalizado en España a partir de la década de 1980. En política económica, a un derechista se le denomina hoy en día ‘neoliberal’. Mediante estas inversiones de sentido, la ‘invasión’ se convierte en ‘anexión’, lo que parece contar con el beneplácito de los anexionados.
Los conceptos considerados negativos desde una perspectiva esteticista y de culto al cuerpo desaparecen igualmente, cuando la gordura se transforma en ‘sobrepeso’ y la impotencia en ‘disfunción eréctil’, lo que parece indicar una condición temporal u ocasional.
Socialmente se pretende que no existen diferencias clasificatorias en lo referente a la calidad. Una película de calidad inferior es ‘de serie B’ y los asientos de segunda clase en un avión son la ‘clase turista’. Creemos haber eliminado la prostitución de nuestra sociedad al denominarla ‘servicio de acompañamiento’ e incluso la podemos justificar alegando que la soledad del individuo es un factor negativo y que todos tenemos derecho a la compañía. De esta manera se justifica la explotación laboral, al llamar ‘becario’ a un aprendiz, subterfugio que intenta defender una práctica mal remunerada, dando la idea de que, en vez de explotarle, se le favorece con una beca o ayuda.
Y como ejemplo último, se intenta eliminar del habla la siempre problemática dimensión étnica y todos nos consideramos menos racistas cuando empleamos la voz ‘magrebí’ en lugar de ‘moro’, desviando la atención de lo racial a lo geográfico. Es el mismo caso de ‘subsahariano’ por ‘negro’.
Hasta aquí la relación de temas deducibles de nuestros frecuentes eufemismos. Se podrían inferir muchos otros principios demostrables de nuestra actualidad, pero considero suficientes los ejemplos y claras las conclusiones que de ellos se extraen. La lengua es uno de los instrumentos más preciados del ser humano y debemos usarla con respeto y sentido ético. Ni debemos malemplearla para una manipulación egoísta ni debemos callar cuando otros intentan hacerlo.
BIBLIOGRAFÍA
– CASAS GÓMEZ, Miguel (1986): La interdicción lingüística: mecanismos del eufemismo y el disfemismo, (Tesis doctoral), Universidad de Cádiz.
– GRIJELMO, Álex (2001): El estilo del periodista, Madrid, Taurus.
– LÁZARO CARRETER, Fernando (1974): Diccionario de términos filológicos, Madrid, Gredos.
– LECHADO GARCÍA, José Manuel (2000): Diccionario de eufemismos y de expresiones eufemísticas del español actual, Madrid, Verbum.
– NIETO, Ramón (2000): Lenguaje y política, Madrid, Acento Editorial.