Enrique Jardiel Poncela –cuyo centenario se celebra este año– fue un innovador nato. No sólo revolucionó con su estilo y su técnica los procedimientos del humor español en el terreno de la novela y del teatro, sino que también le sobró tiempo para experimentar en el mundo del cine, que le debe asimismo varias técnicas originales (fue el creador de los denominados “celuloides rancios” –comentarios humorísticos de películas mudas– y el primero que rodó un largometraje en verso).
Su literatura es pura vanguardia y es en sus novelas en donde ésta aparece en su aspecto más osado. Para empezar, Jardiel estableció una relación enteramente nueva entre el escritor y el lector, haciendo a éste último partícipe de la creación literaria al irle contando en medio de sus novelas cómo estaban construidas éstas. Era un planteamiento lúdico y deshumanizado –según el modelo orteguiano– en el que la literatura se trataba como un juego que el lector tenía que aceptar plenamente. Las novelas de Jardiel significan el paso de un énfasis decimonónico en lo emotivo hacia una intelectualización de la lectura.
Las novelas de Jardiel están llenas de innovaciones estilísticas. Emplea diversos géneros y hace creativas amalgamas de novela con ensayo, con periodismo e incluso con artes gráficas, pues Jardiel no ignora el valor de lo icónico e ilustra sus textos con dibujos, gráficos y otros recursos visuales, lo que sirve para crear en el lector un estado de ánimo especial en cada momento y para describir de una manera más explícita. Un dibujo de un baúl con muchas etiquetas puede servir para describir sin necesidad de palabras el carácter viajero y cosmopolita de un personaje.
Asimismo hace frecuentes segmentaciones en la acción, así como interpolaciones explicativas en las que el autor se dirige directamente al lector –al margen de la historia que se le está contando– y en donde hace comentarios que explican lo que está sucediendo, consiguiendo un humor enteramente nuevo y renovador.
Inserta gran cantidad de elementos apócrifos en sus obras: notas al pie, explicaciones eruditas, falsa bibliografía, textos en otros idiomas, etc. Esto sirve muy adecuadamente a la visión satírica que Jardiel da de la sociedad y el mundo en el que vive.
Su empleo de los recursos tipográficos es también altamente original. En sus libros hallamos todas las combinaciones posibles de tipos de letra y tamaños. Si una persona grita, esto se recalca con un tamaño de letra mayor, adecuando así la forma y el contenido. También emplea espacios en blanco (para indicar momentos en los que sus protagonistas no están pensando en nada), páginas en negro (para indicar, en medio de un viaje en tren, que se está atravesando un túnel), diversas columnas de texto (cuando en una reunión de amigos están teniendo lugar conversaciones simultáneas), recuadros, rótulos, caligramas e incluso anuncios publicitarios, lo que sirve para describir de una manera directa y rotunda los ambientes en los que se mueven sus protagonistas.
En cuanto al terreno del teatro, los cambios introducidos por Jardiel fueron pocos pero definitivos. En el género empleado podemos hablar de una des-sainetización teatral y un desarrolla hacia un tipo de comedia más cosmopolita. Hasta su momento, el teatro cómico español había abusado de los elementos típicos y coloristas propios del sainete (los hermanos Quintero, Arniches). Este teatro dio magníficas piezas, pero tenía unas limitaciones temporales, geográficas y lingüísticas muy acusadas. Su gracia, basada en el habla coloquial, las costumbres pintorescas de distintos lugares de España y una sátira de actualidad, no pasaba las fronteras, era intraducible a otros idiomas e indudablemente no iba a resistir el paso del tiempo. Jardiel abogó en cambio por un teatro intemporal y cosmopolita, lo que ha permitido que sus obras sigan teniendo vigencia.
Por otro lado, se enfrentó al astracán (García Álvarez, Muñoz Seca) y su estilo significó el cambio definitivo del humor basado en la lengua al humor basado plenamente en las situaciones, una premisa que serviría de modelo a todos sus imitadores posteriores.
En lo referente al desarrollo argumental de sus temas, Jardiel Poncela fue totalmente barroco y creyó en el efectismo de la acumulación. No fue insertando progresivamente elementos de interés en sus obras, a medida que se sucedía la acción, sino que insistió en la importancia de la situación inicial. El principio de sus comedias es trepidante y se halla rebosante de elementos. Escribió con generosidad imaginativa y partió de situaciones iniciales complicadas que iba desgranando y explicando después. El interés del espectador se tenía que mantener al máximo desde el comienzo de la historia.
Invención de Jardiel fue también la reducción de los tradicionales tres actos a solamente dos. Él partía de la base de que los descansos eran un insulto al autor y a los actores, pues sólo hay que descansar de lo que cansa o aburre, y se propuso crear progresivamente un teatro en el que la acción fuese continua, como ocurre en el cine. Redujo en principio los actos a dos porque sostenía que el viejo planteamiento tripartita de presentación, nudo y desenlace de una acción es falso, pues el desenlace debe acaecer –como dijo Lope– únicamente en la última escena.
También fue original Jardiel en su mezcla de géneros en el teatro, algo que se popularizaría más adelante. Fue el primero en emplear recursos paralingüísticos en sus textos teatrales. Así, en sus obras hallamos por primera vez la solución de un conflicto a partir de lo que se escucha en una grabación, proyección de películas en medio de la obra teatral emisión de programas de radio, etc. Fue también precursor en escribir una obra teatral sobre las interioridades de un nuevo arte: el cine.
Finalmente, en su intento de dotar al teatro de una más amplia gama de posibilidades, inventó un nuevo tipo de escenario móvil, con un sistema de escenografías desplazables por medio de ascensores y vagones, que dotaba a la acción de unas cualidades casi cinematográficas. Los escenarios se movían a la vista del público y un personaje podía, por ejemplo, salir de su habitación, bajar la escalera de su piso, salir a la calle, caminar por ella, bajar las escaleras del Metro, subirse a un tren y desaparecer, sin solución de continuidad, sin que fuera necesario bajar el telón ni hubiese de omitirse ningún lugar.
Todo esto y mucho más hizo Jardiel por la literatura. Mucho es lo que se le debe y, aunque en su época los críticos no apreciaron sus innovaciones –demasiado adelantadas para su tiempo–, las generaciones jóvenes de autores reconocen generalizadamente que Jardiel Poncela es un punto de referencia imprescindible en el desarrollo de la literatura humorística.