La revuelta situación política de España desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta el inicio de la Guerra Civil –que hizo olvidarse un tanto a los españoles de los sucesos del exterior– y la bien organizada maquinaria de propaganda británica, en lo que a la situación de sus colonias se refiere, fueron las causas primordiales del desinterés de los españoles en el movimiento independentista indio, particularidad que se ha venido mencionando reiteradamente. No obstante, este desinterés, esta falta de atención, más bien no fue una generalización total. Y como prueba de ello tenemos la personalidad literaria de Adelardo Fernández Arias, sobre quien versa este artículo, quien dedicó años de su actividad a exponer ante los españoles de su tiempo lo justo y racional de las exigencias del nacionalismo indio ante el imperialismo inglés. Esta labor sirvió para librar de información falsa o incompleta a la opinión pública hispana sobre este tema y es algo que merece ser recordado por todos aquellos que sientan simpatía, respeto o interés por el ethos indio.
Adelardo Fernández Arias, más conocido en los círculos literarios y periodísticos bajo el sobrenombre de “El duende de la Colegiata”, nació en 1880 y murió en 1951, tras haber producido innumerables escritos de crítica y ficción. Fue colaborador asiduo de diversas publicaciones y director de otras, y su celo profesional le llevó en repetidas ocasiones al enfrentamiento ideológico y a una sucesión de pleitos y rencillas profesionales por sus afirmaciones rotundas. Esta tendencia a la veracidad le llevaría a presentar ante sus lectores la imagen de la India real, “el país esclavo que está redimiéndose”.
En sus viajes por la India en la década de los veinte, Fernández Arias entró directamente en contacto con el movimiento independentista indio, iniciado por el Mahatma Gandhi. Escribió numerosos artículos sobre diversos aspectos de la India y de sus problemas para periódicos de España y de Argentina, dando una introducción histórica de la situación del país y de la explotación llevada a cabo por la Compañía de las Indias Orientales y el Gobierno de Su Majestad británica. Por ello se vio silenciado y perseguido por el gobierno colonial inglés, que no deseaba que se extendiesen por Europa versiones distintas a la suya oficial sobre los disturbios en las colonias. Se censuró su correspondencia, se interceptaron sus artículos, se le negaron permisos para desplazarse por diversos lugares del país e incluso parece ser que se atentó contra su vida. A su regreso, Fernández Arias dejó constancia de sus experiencias personales en sus entrevistas con dirigentes del movimiento independentista (Nehru, Patel), así como con altos funcionarios y oficiales del gobierno británico, en un libro titulado A través del país que Gandhi despertó (1930). Su resumen histórico de la lucha por la independencia india aparece en un libro titulado La India en llamas, que escribió en 1931.
Sus escritos sobre este país son particularmente interesantes para la India de hoy por la postura simpatizante del autor para con el movimiento de independencia en pro de una India libre. En el momento actual, cuando se ha reconocido universalmente el valor de las doctrinas del Mahatma Gandhi, debe destacarse la labor de un intelectual español que, incluso corriendo un riesgo personal, le apoyó con sus escritos en la misma época en que Romain Rolland popularizaba dichas doctrinas en el resto de Europa. Fernández Arias fue un admirador incondicional de Gandhi e hizo cuanto estuvo en su mano por extender su credo político. En sus libros habla de todos aquellos términos que el Mahatma empleaba en sus explicaciones: swaraj, swadeshi, charkha, khaddi, satyagraha, arrojando luz asimismo sobre el credo de la no violencia. Y sobre su persona, a la que se refiere frecuentemente con el título que tanto gustaba a Gandhi de “ladrón de sal”, escribe:
Yo creo que Gandhi es místico como Buddha, profundo como Confucio, caudillo como Moisés, psicólogo como Mahoma, filósofo como Zoroastro, abnegado como Jesús y revolucionario como Lutero.
Su obra La India en llamas, subtitulada La hoguera, el fuego, las cenizas (Zeus, Madrid, 1931), es verdaderamente un libro documental, cuyo prólogo nos dice que existen dos realidades contrastadas que nadie podrá desvirtuar: la de que Inglaterra ha explotado a la India durante muchos años y la de que la India, sacudiendo el yugo de sus opresores, será independiente.
En este libro Fernández Arias escribe sin tapujos sobre las tristes realidades del país “tras 150 años de errores”: de cómo lo inglés estaba por todas partes, de cómo se “colonizaba”, de cuál era la verdadera finalidad de los ferrocarriles, del proceder de algunos oficiales ingleses y sus atropellos, de la tragedia de Peshawar, de cómo se tiraba “al blanco” sobre hombres, de las matanzas, de las noticias tendenciosas, de los procedimientos inquisitoriales de los europeos, de la tortura moderna, del “sport” de la caza humana. Habla también del procedimiento hipócrita del lathi –una palabra que concentra la perversidad del procedimiento inglés en la India, puesto que el gobierno quiere demostrar al mundo que la policía no utiliza armas de fuego, cortantes ni contundentes, por lo que utiliza el lathi, esta “arma inofensiva” que, al caer, muerde y abrasa– y de cómo 25.000 líderes estaban en la cárcel:
El doctor Syed Mahmud, Secretario General del Comité ejecutivo del Congreso, mahometano muy inteligente, simpatiquísimo, me explicó:
–El Comité Ejecutivo original de nuestro Congreso Nacionalista se compone de 15 miembros. Voy a decirle quiénes son: El Presidente, Pándit Jawaharlal Nehru, que está en la cárcel; Sri Prakasa, Secretario general también y que también está en la cárcel; Pannalal Bajat, tesorero, en la cárcel; Shivaprasad Gupta, tesorero también y también en la cárcel. Hay que añadir otros diez miembros que son Mahatma Gandhi que está, claro, en la cárcel; Sen Gupta, en la cárcel; Singh Carveeshar, en la cárcel; el Dr. Satyapal, en la cárcel; el Dr. Pattabhi Sitaramayya, en la cárcel; Rajagopalachariar, en la cárcel, Jairandas Daulatram, en la cárcel (…)
Transcribe en su libro lo escrito por Jairandas en Young India sobre el hecho de que no se sabrá en el extranjero lo que los británicos han hecho dentro de las fronteras de la India. Si lo que estos hicieron en Dharasana pudiese llegar hasta el mundo, éste inclinaría la cabeza con vergüenza, pues sería una mancha eterna para la cultura de Occidente. Y Arias se impone la tarea de ser él el portavoz de esta opresión. (“Y desde aquel momento comencé a sentirme francamente adversario de la política inglesa, comprendiendo que mi espíritu se compenetraba de la alta misión de los indostánicos, cuya simpatía se arraigaba más y más en mi convencimiento.”)
En su libro sobre el tema, A través del país que Gandhi despertó (La India revolucionaria), inserta lo que le pidió Sardar Patel en una memorable entrevista:
El mundo, allí fuera, ignora la verdadera situación de la India y usted, que va a Europa, es preciso que la cuente, para que todos admiren los procedimientos británicos y se sepa de una vez cómo Inglaterra ejerce su autoridad y “coloniza” la India (…) Nuestro deseo más ardiente es que Vd. no olvide nunca los detalles de lo que aquí ha visto y que, desde Europa, haga conocer al mundo entero la verdadera situación de la India, que hasta ahora se desconoce por todas partes a causa de una censura rigurosísima (…) Si Vd. consigue expresar sinceramente fuera de la India la verdad de lo que aquí está sucediendo, habrá realizado la obra más meritoria de su vida.
Adelardo Fernández Arias no defraudó esta sincera confianza tras regresar a España, aunque tuvo serios problemas durante su estancia en la India. Sus entrevistas con los dignatarios ingleses, especialmente con Lord Edward Frederick Lindley, Virrey de la India, fueron bastante violentas:
–Al llegar al despacho de Vuestra Excelencia tengo ya mi opinión formada en cuanto a todo eso.
–¿Y cuál es? –me preguntó el Virrey de la India. Yo tuve la sinceridad y la audacia de responderle:
–Que Inglaterra perderá la India.
Después de mi frase, el Virrey adquirió exteriormente la frialdad británica que caracteriza a los políticos ingleses, pero su rostro pálido fue lívido y en sus ojos hundidos vi un relámpago, no sé si de sentimiento, de odio, de indignación o de tristeza.
En otra ocasión cuenta cómo el Virrey le preguntó su opinión general sobre el movimiento y cómo él le respondió que estaba “muy bien para el pueblo indostánico”. Nos habla asimismo del exceso de confianza de algunos ingleses, pues no todos tomaron en serio a los nacionalistas indios y no temían su posible éxito. El jefe de policía de Calcutta le dijo que, en su opinión, el “movimiento” era un fuego artificial que metía mucho ruido y que, en realidad, no era nada. Le expresaron también la opinión de que no era un movimiento realmente indio, sino uno de los resultados de la incitación constante de agentes rusos. Dice el Gobernador de Calcutta: “El gobierno inglés no cree en la revolución, porque todos conocemos la psicología del pueblo indostaní, que no tiene carácter y carece de organización y de constancia.”
Sin embargo, la policía le amenazó abiertamente y siguió todos sus pasos, por lo que Fernández Arias tuvo que valerse de estratagemas como la de enviar a su criado al retrete para que escapase por una ventana y pudiese mandar un telegrama, mientras él seguía sentado en una cafetería a la vista de sus seguidores. Fue detenido por hacer fotos en la Asamblea Legislativa y se le prohibió telegrafiar en absoluto, por sus afirmaciones de que la llamada “Associated Press of India” no era sino una creación de la agencia Reuter disfrazada y, por tanto, una criatura del gobierno.
La situación se vuelve más novelesca cuando una hermosa dama comienza a hacer amistad con él y acaba confesándole su relación con el gobierno y aconsejándole que abandone el país. Fernández Arias desoye estas advertencias. En una entrevista con Mr. Gladding, del Ministerio de Asuntos Exteriores, se le explica que no va a haber lectores para su libro en castellano y que el gobierno inglés estaría dispuesto a financiárselo en inglés, comprometiéndose a distribuir miles y miles de ejemplares en el Reino Unido y los EE.UU. si adopta una postura más “transigente”. Arias se niega y, a los pocos días, cae gravemente enfermo. Se halla en su café de por la mañana una peligrosa dosis de arsénico. Fernández Arias, tras recuperarse, decide abandonar el país y publicar su libro íntegro, aceptando cualquier riesgo futuro:
Sucédame lo que me suceda, he escrito y van a publicarse, para que el mundo los conozca, los libros que expresan la verdad sobre el problema de la India. Y aunque me alcanzara la venganza de los ingleses, no se podrá detener la marcha de la verdad que desde ellos ha de irradiarse, siendo mis libros solamente una chispa de aquel fuego que en la India ha de purificar todo un país profanado durante 150 años por una dominación injusta.
Y dedica su libro a los 400 millones de indostánicos que –como le dijo Nehru dos días antes de ser arrestado– están dispuestos a sacrificarse generación tras generación, sin importar el tiempo que se tarde, hasta conseguir el triunfo.