José López Martínez: En el mar riguroso de la muerte; Andrómeda; Madrid; 1985; 79 págs. (Reseña)
El Premio de Poesía Rabindranath Tagore de 1985 no es el primero que obtiene José López Martínez (n. Ciudad Real, 1931), ya que su labor en el terreno de la literatura y el periodismo se remonta a varias décadas y le hacen merecer un lugar propio en el ámbito cultural español. La colección de poemas titulada En el mar riguroso de la muerte consta de cinco libros distintos que incluyen una treintena de composiciones de estructuras y temas diversos, pero siempre llenos de seriedad y honradez literarias. Nos da una buena prueba del dominio que el autor tiene del lenguaje poético, el empleo de diferentes tipos de versos blancos y en rima asonante, así como una serie de sonetos endecasílabos perfectos, a la manera de la Generación de 1945, grandemente influida por la obra de Garcilaso.
El concepto que de la poesía tiene López Martínez es peculiar y, por ello, convierte a la suya en plenamente intimista y personal. Afirma que un libro de poemas ha de ser como un capítulo en la historia del corazón del autor y que no debe haber discrepancia alguna entre lo que el poeta es y lo que escribe. El hombre es una incógnita para sí mismo y la soberbia humana comienza cuando alguien cree haberse superado. Así, el autor lleva a cabo en su obra una labor de introspección un tanto egocéntrica, sobre sus recuerdos de infancia y adolescencia y sobre la perspectiva con que los juzga una vez llegada la madurez. Se ase a sus vivencias, no porque le recuerden tiempos mejores, sino porque éstas son para él únicas e irrepetibles. No se espere hallaren este libro, por tanto, un mundo ficticio, una disquisición sobre el subconsciente colectivo ni una explicación del ser. Se habla de un poeta marcado por el estigma del desamparo y la soledad y sensible a cualquier dolencia. López Martínez coincide con Colette en la opinión que ostentaba la francesa de que el hombre está hecho para buscar la felicidad, no para conseguirla.
Los temas elegidos son variados y, hasta cierto punto, universales. Ya el título nos sugiere el primero: el mar como muerte, la laguna Estigia, la desembocadura del río de la vida, que inmortalizara Jorge Manrique. La muerte queda definida como el paso de la vida al recuerdo, del silencio a las palabras. Como consecuencia, se nos habla del silencio, empleado para crear la impresión de soledad. Durante la lectura de los poemas se adquiere la sensación de que nadie escucha. No hay diálogo, ni tan siquiera imprecación. El poeta se halla solo y conversa consigo mismo. Por lógica, el paso siguiente es la búsqueda de Dios. El Ser Supremo constituye a un tiempo un deseo y una interrogación para el autor. Acaba adjudicándole el símbolo del Eterno Alfarero, siendo los hombres vasijas de barro salidas de sus manos y, con el tiempo, llenas de grietas.
Pero entre todos los temas que toca es el del campo el que más profundo parece, en el que el poeta más se sumerge. Nos habla de los campesinos. del sol que les calienta, de las cuatro estaciones. Al concretar nos dice, de entre todos los campos, cuál es su campo: La Mancha, con Don Quijote, El Toboso y demás subtemas afines; nos lo describe también en su otro aspecto, como lugar duro y triste, de terribles vaivenes, en donde pasó su juventud, rodeado de la muerte, el vacío y la soledad, que luego se convertirían en el núcleo temático de toda su poesía.
Como colofón, el vate hace su homenaje personal a la India, representada en las figuras de Rabindranath Tagore e Indira Gandhi. El primero de estos poemas es enteramente lírico y describe sus impresiones sobre Shantiniketan y su admiración por el jardinero que regaba con alma y poesía las palabras. El verso sobre Indira Gandhi, titulado “Con la tristeza sorprendida”, describe con emoción el momento en que cayó asesinada por las balas de unos fanáticos; nos la presenta sorprendida ante el momento, pero con la mirada triste de quien sabe de ingratitudes y de desconfianzas. En esta sentida elegía, el autor hace énfasis en lo inoportuno y desfasado de su óbito:
Indira Gandhi estaba en lo más alto
de su propio destino. Su palabra
iba llegando al corazón del pueblo
como llega la luz en primavera.